lunes, 11 de mayo de 2020

Dos modelos de civilización*

España e Italia son el Mediterráneo, que es como decir la civilización. Naciones hermanas como pocos ejemplos hay en la Historia. Hubo una Hispania romana que dio al imperio hombres de la talla de Séneca y Quintiliano. Y los emperadores Trajano, Adriano y Teodosio I, este último responsable de hacer del Cristianismo la religión única del imperio. Y también hubo una Italia española que abarcó, además de Cerdeña y Sicilia, todo el territorio al sur de Roma y el Condado de Milán al norte. Y entonces fue Italia la que proveyó de grandes hombres a la vieja Spagna. Baste citar al genovés Ambrosio Spínola, héroe de la Guerra de Flandes y Grande de España. O al romano Alejandro Farnesio, al servicio de la Monarquía española en Lepanto y gobernador de unos Países Bajos españoles incendiados por, al decir de aquellos tiempos, la “herejía protestante”. Italia y España fueron Roma y su espada. Frente a la nueva corriente religiosa que actuaba a modo de argamasa nacionalista, España e Italia reivindicaron la Catolicidad, que es lo mismo que decir la universalidad


Es entonces que se que se desencadena una campaña, que llega a nuestros días, contra la Europa meridional y católica, su indolencia, y por supuesto su presunta incapacidad para crear riqueza y prosperidad. Es la tesis del muy influyente libro de Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo y ha hecho fortuna en todo el mundo. Es, de hecho, uno de los pilares básicos de la Leyenda Negra. La tesis, por supuesto, ignora que países tan prósperos como Luxemburgo, Liechtenstein, Irlanda, Bélgica o Austria (excluyamos a la laica Francia) son de base católica. Incluso regiones como el Norte de Italia o Baviera lo son. 

La cosmovisión salida de la Reforma derivó en conductas inéditas hasta la fecha. En la noche de Reyes de 1543, por ejemplo, Calvino se negaría a entrar en el hospital de apestados de Ginebra. Una actitud coherente con los nuevos dogmas y que nos ayuda a entender las políticas de algunos países protestantes durante estos días: dejar en manos del destino providencial a los seres humanos.

Da cuenta de ello Frits Rosendaal, jefe de epidemiología de la universidad holandesa de Leiden, que denuncia la gestión sanitaria de Italia en la crisis del coronavirus: “En Italia la capacidad de las UCI se gestiona de manera muy distinta. Ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana”. 

Escribe estos días Juan Carlos Girauta que Holanda es “la vanguardia de cualquier idea que en Europa atente contra la irreductible dignidad del ser humano”. Los días previos a la crisis debatían aprobar la eutanasia para mayores de 70 años “cansados de vivir”. No puede extrañar que los hospitales no atiendan a ancianos infectados. Asumen que la biología de cada persona determinará su resistencia. Y algo parecido trataron de hacer los británicos aceptando “una infección masiva y escalonada” aún a costa de cifras de mortandad espeluznantes. La prioridad, se dijo, era salvar las finanzas. 

España e Italia, a las que las potencias protestantes atacan como a una unidad (con buen criterio, pues desde el punto de vista civilizatorio somos lo mismo), hacen exactamente lo contrario. Se está abriendo una brecha antropológica en la Unión Europea. Españoles e italianos buscan desesperadamente salvar vidas aún castigando gravemente sus economías. Los sanitarios doblan turnos, se improvisan hospitales de campaña y se busca con angustia material médico que permita atender al mayor número de personas. 

No se trata de dos modelos sanitarios o de gestión social; ni siquiera es sólo una cuestión antropológica. La crisis del coronavirus ha evidenciado, con una claridad nunca antes vista, los dos modelos de civilización que desde hace cinco siglos conviven en Europa. 

*Dos modelos de civilización es uno de los 40 capitulos del libro '40 reflexiones para una cuarentena' (Ed. Samarcanda, 2020)

martes, 17 de junio de 2014

Finis Hispaniae

Son muchos los españoles que han tragado con la fórmula envenenada del derecho a decidir. No hubieran aceptado la independencia, pero una "consulta", presentada como la quintaesencia de la virtud democrática, eso es diferente. ¿Cómo negarle a alguien un "derecho", más si ese derecho sólo implica poder "decidir"?

Dos palabras cargadas de un contenido emocional positivo que han tenido el predicamento que nunca tuvieron las trece letras de la voz "independencia". El nacionalismo ha tocado la tecla exacta ampliando así extraordinariamente su ámbito de influencia.

Tenemos, por tanto, a un importante número de españoles dispuestos a que una parte decida si bajamos la persiana de la historia para esta vieja nación. Otros están dispuestos a lo mismo con tal de liberarse del insoportable discursito victimista y pedigüeño de los nacionalistas. Y otro buen puñado de españoles, por lo general adscritos a la derecha política, concederían gustosos la independencia a todo el que la reclamase por el solo hecho de reclamarla: no merece ser español quien no está dispuesto a serlo.

Cada uno de estos grupos, llega, por planteamientos diferentes, a la misma conclusión: la secesión es aceptable. Y, sobre todo, dicen, acabaría con el eterno problema territorial. Ilusos. Llegados a este punto daría comienzo el verdadero problema territorial. El día después de la independencia de Cataluña, el nacionalismo marcaría su nuevo objetivo abriendo un conflicto diplomático de colosales dimensiones: la "reunificación de los Países Catalanes".

En definitiva, la culminación de un proyecto del que la independencia catalana sólo sería el primer paso. Así lo refleja el partido más votado en Cataluña en las últimas elecciones, ERC, en su programa electoral: "El resto de territorios de los Países Catalanes (sic) podrán, en cualquier momento, decidir de manera democrática añadirse a la futura República catalana o crear otra y federarse".

Nacionalismo en estado puro, no es nuevo. Hay, de hecho, precedentes. Terribles precedentes. "Completar la articulación política de la nación", esto es, expansionismo territorial. Consustancial a todo nacionalismo. Y con objetivos perfectamente identificados y localizados: la Comunidad Valenciana, Baleares, la Franja de Aragón, la comarca murciana de El Carche, la región francesa del Rosellón, y en algunos casos, también la ciudad italiana de Alguer y Andorra.

Por tanto la amputación de una parte del cuerpo nacional no supondría sino el principio del problema. Y no solo por desatar nuevos conflictos, también, y sobre todo, por el gravísimo precedente creado y sus incontrolables consecuencias. ¿Con qué legitimidad se impediría una futura escisión vasca (y la posterior operación sobre Navarra?, ¿y la escisión gallega?, ¿y canaria? Ya está preparado el término que describiría tan dramático proceso: Finis Hispaniae.

(publicado en elsemanaldigital.com el 16 de junio de 2014 -enlace aquí-)

Ingeniería del lenguaje

El nacionalismo aprovechó la instauración democrática en España y las competencias autonómicas para llevar a cabo una gigantesca labor de ingeniería social. Desde el control de los medios de comunicación o la educación a políticas lingüísticas, culturales o institucionales. El lenguaje, las palabras, en tanto portadoras de ideas, son parte fundamental del proceso de ingeniería. Su modificación, alteración o sustitución por otras más adecuadas es una constante de todo movimiento nacionalista, democrático o no.

Banda terrorista pasó a ser "grupo armado", un atentado una "acción", el separatismo es hoy "soberanismo", "normalización lingüística" significa sumergir a los niños en el monolingüismo, y el término administrativo "Estado" sustituye a la nación, a España, vocablo absolutamente vetado y del que hay que obviar también sus derivados y hasta su propia existencia.

La forma en la que presentar las ideas es determinante para que estas triunfen o fracasen. Cuando el referendo quebequés del 98, los estudios sociológicos advertían que el apoyo a la secesión bajaba 20 puntos, ahí es nada, si se empleaba el término "independencia" en lugar de "soberanía". Y lo mismo con "decidir" y "separarse".

Existe una construcción que ha alcanzado gran predicamento y que por si sola ha logrado moldear la realidad sociológica, es el "derecho a decidir". El separatismo sólo ha dejado de ser marginal en Cataluña cuando ha empleado esta forma eufemística. Cuando ha abandonado la fórmula habitual –"independencia"- y ha optado por una no sólo más aceptable sino en apariencia incuestionable: darle a la ciudadanía la posibilidad de escoger.

Reconocerle al pueblo un derecho. Más cuando este derecho sólo implica poder "decidir". No importa que tal derecho no exista salvo para casos de ocupación militar, violación de los derechos humanos o situación colonial. No importa que la Constitución Española ni ninguna otra en el Mundo reconozcan la autodeterminación. No importa que el sujeto de ese derecho habría de ser, en todo caso, el cuerpo nacional completo, no una parte. No importa nada de eso, la potencia del enunciado lo hace casi irrefutable.

Para desenmascararlo hace falta demasiado tiempo, demasiados argumentos, mientras que la citada construcción es directa, emocional y apela a un valor tan elevado en el imaginario colectivo como el principio democrático. Visto el éxito cosechado, otros se afanan a envolver su producto político con el mismo llamativo embalaje. Los antimonárquicos ya no exigen el advenimiento de la República (exigencia que, como tal, nunca trascendió la marginalidad política), piden un referéndum "sobre el modelo de Estado" que ya apoyan casi 2/3 de españoles según reciente encuesta de El País.

Así las cosas no ha de extrañar que el porcentaje de catalanes partidarios de "poder decidir" esté próximo al 90%. El Gobierno central no podrá sostener un porcentaje así durante mucho tiempo. Y si finalmente cede, si cae en la trampa del lenguaje, entonces el secesionismo habrá ganado.

(publicado en elsemanaldigital.com el 9 de junio de 2014 -enlace aquí-)

Madina y el Rey

A pesar de una salvaje crisis económica que sigue agarrada al cuello de España, a pesar del auge de un frente popular furibundamente antimonárquico, a pesar de un desafío separatista que se acerca a su último estadio, a pesar de los procesos judiciales que afectan a la Familia Real, a pesar de todo esto, Juan Carlos I ha entendido que el actual es el mejor momento para abdicar.

Una decisión poco comprensible en una primera lectura, pero perfectamente justificada si atendemos al corto plazo de un Partido Socialista que, junto con el Partido Popular, habrá de garantizar la continuidad de la Corona en las Cortes Generales. Rubalcaba lo deja, en pocos meses perderá el control del partido y las alternativas con más opciones para sustituirle son, a falta de sorpresas de última hora, básicamente tres: Susana Díaz, Carmen Chacón y Eduardo Madina. Nadie, en los pasillos del Estado, teme un PSOE liderado por Díaz o Chacón; lo de Madina es diferente.

La presidenta de la Junta alabó la figura del Rey y se refirió al futuro Felipe VI como "la nueva generación que habrá de liderar los nuevos tiempos". Chacón, enfrentada en soledad al resto del PSC por el llamado "derecho a decidir", aplaudió igualmente que el Monarca dejara paso a otra generación. Madina, republicano reconocido, rompió el discurso oficial e invitó a escuchar "el debate abierto hoy en las calles" y advirtió que "todos los debates van a estar abiertos".

No es la primera vez que Eduardo Madina exhibe un perfil marcadamente izquierdista. Hace unos meses, durante la tramitación de la Ley de Seguridad Ciudadana y después de una bronca monumental con el Ministro del Interior, advirtió: "Bastará que ustedes manden al Consejo de Ministros una ley que limite un milímetro las libertades que ahora tenemos para que haya una oleada de protestas como nunca ha habido: no sé cuántas asociaciones civiles y ciudadanas saldrán a la calle, pero el PSOE saldrá".

Sobre el órdago separatista de Artur Mas Madina pide al Gobierno "entender la complejidad de Cataluña" aunque, eso sí, sin demasiada esperanza: "La derecha española sabe mucho de tensiones territoriales, son años de discursos anticatalanes, de boicot a productos catalanes...". Una postura que no sorprende habida cuenta de la defensa del "derecho de autodeterminación" que hacía en sus tiempos como secretario de Política Institucional del PSE: "Si Euskadi dice que quiere la autodeterminación, negársela es imposible porque en democracia los políticos están para hacer lo que el pueblo diga" (El País, 3 de abril de 2000).

En octubre del año pasado, después de una operación contra el colectivo de presos de ETA Herria, el candidato socialista dudó públicamente de la idoneidad de una actuación "tan aparatosa". En tanto ubicado en el ala más a la izquierda del partido, Madina puede hacerse valer como el único dirigente capaz de taponar la fuga de votos a Izquierda Unida y Podemos.

No cuenta con apoyos entre los veteranos del partido, es cierto, pero sí con un padrino de lujo que ve en él a su alter ego: José Luis Rodríguez Zapatero. Con todo, podría colegirse que si la Casa Real precipitó la abdicación por temor a la irrupción de un líder socialista que dinamitara los pactos tácitos de la Transición, probablemente pensaban en Eduardo Madina.

(publicado en elsemanaldigital.com el 6 de junio de 2014 -enlace aquí-)

Diez claves para entender el éxito del separatismo (II)

6. Ingeniería social. Mucho se ha hablado durante estos días de la llamada ANC (Assemblea Nacional Catalana) por una polémica hoja de ruta que preveía la insurrección como herramienta para alcanzar la independencia. Pero la Assemblea es solo una parte del formidable engranaje asociativo que el nacionalismo ha tejido durante estos años. Unos movimientos pretendidamente civiles y espontáneos pero abundantemente regados con dinero público y pilotados por políticos. La propia ANC sin ir más lejos está presidida por una militante de Esquerra Republicana.

La colosal labor de ingeniería social, reconozcámoslo, ha sido un formidable éxito. El nacionalismo ha colonizado hasta la última institución en Cataluña. Desde asociaciones de vecinos a medios de comunicación pasando por colegios profesionales, clubes deportivos o instituciones creadas ad hoc como la del llamado Tricentenario (seis millones de dinero público). Todo está ya convenientemente empapado de catalanismo.

En 1990 el diario El País advertía de la existencia de "un documento que propugna la infiltración nacionalista en todos los ámbitos sociales". Tal documento abogaba por "vigilar la composición de los tribunales de oposición" para el profesorado, "la correcta aplicación de la catalanización de la enseñanza" o el control de "las asociaciones de padres". Con respecto a los medios de comunicación de masas, las instrucciones eran taxativas: "introducir gente nacionalista (...) en todos los puestos claves de los medios de comunicación (…) para garantizar una preparación con conciencia nacional catalana". Todo se ha cumplido milimétricamente. El nacionalismo tiene ya carácter ambiental.

7. Educación. España es la única nación de Europa en la que en algunos de sus territorios no se puede escolarizar a los niños en la lengua oficial del Estado.

La autonomía educativa ha (in)evolucionado hasta la independencia educativa de facto. La propia Generalidad reconoce ya sin ambages que no aplica ni aplicará las leyes, que no aplica ni aplicará las sentencias de los tribunales. El Ministerio de Educación es perfectamente prescindible. Ya no rige. La política de adoctrinamiento nacionalista es visible, pública y descarada. Hace tiempo que no es necesario abrir los libros de texto para comprobarlo, basta escuchar a los consejeros de Educación.

Son ya dos generaciones de niños catalanes los que han crecido instruidos en el convencimiento de que Cataluña es un pueblo oprimido, represaliado y sometido a un "genocidio cultural" permanente; y España, "el Estado", una suerte de cárcel de naciones cuyo derrocamiento definitivo es necesario, no solo para alcanzar la "plenitud nacional", también por una cuestión moral y de estricta higiene democrática.

8. Campaña internacional. Reconocía hace pocos días el consejero de Presidencia Francesc Homs que la Generalidad había celebrado "más de cien reuniones internacionales en 2013". Casi una cada tres días. El Ministerio de Asuntos Exteriores reitera, a cada nueva reunión (de las que tiene conocimiento), que Mas hace el ridículo. Y quizá lo hiciera al principio. Quizá no le tomen en serio en la mayoría de cancillerías. En sesenta, setenta u ochenta de ese centenar de reuniones. Pero, ¿y en las otras veinte, treinta o cuarenta?

Todos los medios anglosajones, desde la BBC al Financial Times, le han brindado espacio en sus tertulias, programas y periódicos. Y no solo ellos, Artur Mas ha hecho pública su "voluntad de consulta democrática" en algunos de los diarios de mayor prestigio y tirada de Europa. Incluso, al modo de aquél editorial único, publicó un artículo titulado "Let us vote! (¡Dejadnos votar!)" en seis periódicos extranjeros –de Croacia, Malta, Chipre, Bulgaria, Estonia y Bélgica- simultáneamente.

Poco a poco, tímidamente, los resultados van llegando: los primeros ministros de Letonia y Lituania reconocieron pública y explícitamente "el derecho de autodeterminación" de Cataluña. Luego Margallo llamó a consultas a sus embajadores y matizaron sus declaraciones, mas el daño ya estaba hecho.

Así las cosas, ¿es posible garantizar que si la Generalidad llevara su desafío hasta el estadio final no aparecería por sorpresa ningún país europeo que reconociera "legitimidad" a sus aspiraciones?, ¿ninguno?, ¿de los veintiocho?

9. Medios de comunicación. Los medios, como la Educación o el asociacionismo "civil", son solo parte del colosal engranaje nacionalista. Lo reconoce la propia Generalidad a través de la Consejería de Presidencia: "los medios públicos (tienen un) papel principal (…) en el proceso de construcción nacional". Tanto TV3 como Catalunya Ràdio, y a pesar de los ajustes, siguen siendo estructuras elefantiásicas que albergan a más trabajadores que cualquier medio nacional.

Sólo TV3 cuenta con una plantilla mayor que Telecinco. El doble exactamente. Y una programación que pivota en torno a la independencia. En torno a sus bondades concretamente. Los informativos pero no sólo los informativos. De una manera u otra el "procés" está presente en toda la programación. Desde los programas de variedades a los de humor o deportivos. Además, obviamente, de la abundante programación diseñada ad hoc: reportajes, entrevistas y documentales que no son sino panegíricos de la causa.

Lo mismo puede decirse de unos debates donde la presencia de un solitario tertuliano contrario al régimen nacionalista pretende salvar la cara de la pluralidad de los medios públicos. En la Cataluña del nacionalismo no existe prensa independiente del poder político. Medios públicos son todos. Oficial u oficiosamante. Los unos por control directo, los otros por indirecto. La lluvia de millones en plena crisis general y del sector hace de los medios catalanes los más espléndidamente saneados de España. El peaje es conocido: apoyo cerrado al poder y a cuantas iniciativas de él surjan. Por esperpénticas que sean. Y así lo hacen. Es de biennacidos.

10. Complicidad de la izquierda. La idea política de España tiene carácter progresista. Fue cosa de liberales gaditanos. Un concepto integrador, solidario e igualitario. Y así fue durante mucho tiempo. Después, el patriotismo pasó a manos conservadoras, mas nunca como ahora la izquierda llegó a poner en duda la misma idea de España.

Así hablaba el presidente de la II República Juan Negrín:

"Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España!. (…) En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los de afuera y de los de adentro. Mi posición es absoluta y no consiente disminución".

Recuperar a la izquierda para el proyecto común es capital. Su alejamiento le supuso al PSOE una grave escisión (UPyD) y no poco perjuicio a España. La izquierda democrática ha escogido hacerse micronacionalista de todos los territorios de España… excepto de la propia España. Al principio, ser de izquierdas y nacionalista se hizo compatible. Hoy parece necesario. Una gran parte de la progresía vive anclada en el Franquismo y, torpemente, vincula 40 años de régimen con cinco siglos de historia común.

(publicado en elsemanaldigital.com el 31 de marzo de 2014 -enlace aquí-)

Diez claves para entender el éxito del separatismo (I)

Empezó como un movimiento de carácter exclusivamente cultural hace un siglo y medio y hoy se ha convertido en un desafío político de primera magnitud que amenaza la propia supervivencia de la nación más vieja de Europa. Diez son las claves (cinco en la primera entrega, cinco en la segunda) que, según mi parecer, explican el auge del separatismo catalán hoy. Son estas.

1. Estado Autonómico. Diseñado ad hoc para dar respuesta a las exigencias de los nacionalismos vasco y catalán, treinta y cinco años después, el modelo ha fracasado. No sólo no ha servido para apaciguar las pulsiones separatistas de los dos territorios: los ha exacerbado. Incluso ha favorecido la aparición de movimientos regionalistas en lugares que jamás se habían planteado su pertenencia al proyecto común.

Las élites nacionalistas han empleado el autogobierno como herramienta para alcanzar el objetivo natural de todo nacionalista. La pseudofederación que supone el actual modelo, está visto, no era un fin, era un medio.

2. Franquismo. Al margen del debate sobre la naturaleza totalitaria o autoritaria del Régimen, una cosa es clara: el Franquismo desplegó, sobre todo al principio, un nacionalismo español que apenas dejó espacio a las peculiaridades regionales. Si existió represión social y política en Zamora o Jaén, en Cataluña la represión tuvo también carácter cultural y lingüístico. Franco represalió en nombre de España generando una asociación de ideas, una vinculación del uno con la otra, que algunos aún hoy hacen porque permanezca viva. Con éxito, por cierto.

3. Complejos de la derecha. La mala conciencia y la autoculpa condicionó el discurso de la derecha postfranquista. Sorprendentemente, los complejos siguen vivos en el siglo XXI. Un lastre, una debilidad estratégica de primerísimo orden que los nacionalistas han sabido rentabilizar. La fórmula que usan viene a ser: la derecha hace concesiones y el nacionalismo le autoriza como agente democrático. Y sigue funcionando.

4. Inmunidad legal. Consecuencia directa de la anterior, el Estado tolera a la Generalidad de Cataluña lo que no tolera a ningún otro ciudadano o institución: la insumisión. Cataluña, al menos jurídicamente, es ya independiente. Se incumplen por norma todas las sentencias lingüísticas. No rigen las leyes. Al menos las leyes que el nacionalismo considera atentan contra su "personalidad nacional". Consentir la insubordinación genera una inercia de hechos consumados. Una inercia que va a más y que ha instalado a los líderes secesionistas en la arrogancia propia del que se sabe invulnerable. Las palabras del consejero de Presidencia Francesc Homs son sólo un ejemplo, el penúltimo, de la citada impertinencia: "No moveremos una sola coma del modelo lingüístico".

5. Marco mental nacionalista. Artur Mas arengando subido en la tumba de Macià, excursiones nocturnas a Montjuïc portando antorchas, culto al líder, vacío al disidente, fastos de aniversarios de batallas del XVIII. El nacionalismo, que en el resto de Europa es visto como insolidario y reaccionario, aquí parece estar adornado por una incomprensible pátina de superioridad moral. En España en general y en los territorios donde tiene predicamento particularmente, ha sabido generar un marco mental fuera del cual está la marginalidad política. En Cataluña se ha impuesto el discurso elaborado por el nacionalismo.

Lo políticamente correcto y lo incorrecto, lo que conviene a Cataluña y lo que hay que rechazar, la identidad original y la que "impone Madrid". Todo son claves que ha formulado el nacionalismo y que han calado en el imaginario colectivo. Y comparecer a un combate ideológico en el que las armas, las condiciones y el reglamento lo proporciona el adversario es suicidarse. En esas estamos.

(publicado en elsemanaldigital.com el 3 de marzo de 2014 -enlace aquí-)

lunes, 26 de agosto de 2013

Lorenzo Carbonell Muntó, “el más brillante capitán de Regulares”


Las grandes potencias industriales europeas se repartían el mundo en las postrimerías del siglo XIX mientras España perdía, Desastre del 98 mediante, el derecho a llamarse imperio. La historia, como casi siempre, nos cogía a contrapié.
A principios del siglo XX, una vez distribuido lo mejor del banquete africano entre franceses, belgas y británicos, se requirió de la presencia del comensal español. Un tipo exhausto por las tres guerras civiles del XIX y aún conmocionado por la pesadilla de Cuba, pero hambriento de gloria. África suponía recuperar la dignidad nacional, reconciliarse con sus mejores tiempos y volver al auténtico ser de España: el Imperio.
El Rif, 20.000 Km² de montaña y piedras en lo que hoy conocemos como Marruecos, fue la porción de tierra que ofrecían los franceses y que suponía la posibilidad de reverdecer viejos laureles.
Abd-el-Krim
Muy pronto las cábilas del Rif se agruparían bajo el liderazgo del caudillo Abd-el-Krim, produciéndose los primeros encontronazos, casi todos saldados con desastrosos resultados para nuestro mal pertrechado y peor dirigido ejército. La mayor carnicería se produjo en el Barranco del Lobo, cerca de Melilla, en 1909. Los moros, conocedores del terreno y apostados en posiciones elevadas, cazaron a los españoles como a conejos. Mil muertos. La noticia de la tragedia corrió como la pólvora. Prendió en Barcelona. La Ciudad Condal se consumía en un clima político asfixiante donde los movimientos obreros y anarquistas buscaban el momento idóneo para hacer la revolución. La Guerra de África, con levas que afectaron fundamentalmente a los trabajadores, era ése momento. Tres días de protestas, quemas de conventos y enfrentamientos con el ejército que se saldaron con más de cien muertos y una brutal represión. Se le llamó la Semana Trágica y se llevó por delante al Gobierno de Maura.
Al término de la I Guerra Mundial se reanudaron las operaciones contra los rebeldes de Abd-el-Krim, ya con tropas indígenas –Regulares-, a las que se unirían la recién estrenada Legión Española. No obstante lo cual la mayoría de los efectivos seguían procediendo de reclutas forzosas. Gentes por lo general humildes, sin entrenamiento militar, mal alimentados y armados con fusiles obsoletos.

Annual
Es el verano de 1921, después de algunos progresos militares y, sobre todo, sobornando a líderes rifeños, los españoles avanzan. Desde Melilla, se recorren más de 130 Kms en dirección a la bahía de Alhucemas, a través de un interminable desfiladero: Annual.
El Comandante General Fernández Silvestre busca el golpe definitivo que pacifique de una vez por todas el protectorado y le granjeé el reconocimiento y los galones que creía merecer. Fue una acción mal planificada y peor ejecutada que acabaría dejando el episodio del Barranco del Lobo en una infeliz anécdota.
Los indígenas reaccionaron de forma no esperada por la autoridad militar española:
atacaron con desconcertante fiereza a los soldados españoles, que huyeron en desbandada. A la carrera. Desordenadamente, confundidos, aterrorizados, a través de aquél inhóspito desfiladero. La masacre no pudo ser más sencilla para un enemigo que, desde las lomas, disparaba casi sin apuntar. 10.000 cadáveres. Ninguno recibió sepultura. Quedaron momificados. Muchos de ellos aún conservarían el gesto de pánico cuando, cuatro años después, las tropas españolas desembarcaran en Alhucemas.
3.000 españoles renunciaron a llegar a Melilla y pactaron la capitulación con Abd-el-Krim: las armas a cambio de la vida. Los nuestros apilaron sus polvorientos fusiles en una enorme montaña de armas. Luego les cortaron el cuello. A todos. Sobrevivieron sesenta, por los que dos años más tarde se pagaría un millonario rescate.
El desastre provocó una enorme conmoción en una opinión pública contraria a la guerra y harta de mandar jóvenes y recibir muertos. Hubo grandes protestas en el país que reclamaban la salida inmediata del avispero marroquí. La presión social llevó a la formación de una comisión militar de investigación que destapó graves irregularidades, corrupción e ineficacia en el ejército español destinado en África. Mas el expediente no llegó a depurar responsabilidades: el 13 de septiembre de 1923, el Capitán General Miguel Primo de Rivera se rebela contra el gobierno y establece una dictadura militar. Entre sus principales objetivos, sino el principal, acabar con la guerra de la única manera en que sabe hacerlo un militar: ganándola.

El Capitán Carbonell
Capitán Lorenzo Carbonell Muntó
Corre el verano de 1924. Continúa la sangría africana. Un contingente español a cargo del Comandante Puig desembarca en la bahía de Uad Lau, muy próxima a Tetuán. El objetivo es ocupar las alturas de Yebel-Cobbú para, de este modo, cubrir las posiciones españolas, hostigadas permanentemente por los rifeños.
A mediados de agosto ya ondea la enseña nacional en lo más alto de Yebel-Cobbú, pero la posición no está ni mucho menos asegurada. Escaramuzas constantes de un enemigo invisible no permiten bajar ni un segundo la guardia.

Cae la tarde del día 24 de agosto. El joven capitán de las Fuerzas Regulares de Alhucemas nº5, Lorenzo Carbonell Muntó, ordena a la mitad de sus hombres fortificar la posición. La otra mitad, de guardia. Tal es la inseguridad.
El capitán Carbonell, natural de la industriosa ciudad de Alcoy, nació en el año 1894 en el seno de una familia acomodada. Cuarto de nueve hermanos, su vocación castrense le llevó a ingresar, con 19 años, en la Academia de Infantería de Toledo.
De tez morena y ojos negros, brillantes; casi mimetizado con el entorno; sereno el temperamento, “los soldados tienen un cariño tan grande por su capitán, que se matan antes que él tuviera un mínimo incidente”.
El sol agoniza a lo lejos. El cielo es ya completamente rojo, preludio fatal de la sangre que iba a verterse. Los soldados, afanosos en las labores de parapeto, no reparan en que, a escasos veinte metros, doscientos moros avanzan entre el espesísimo monte bajo. Sigilosos y fríos como culebras. Pacientes. Diez metros les separan ya de los nuestros cuando se escucha, más que un grito, un rugido estremecedor. Es la señal. Los moros se yerguen. Muchos de los nuestros nunca supieron que ocurrió, murieron antes. Un aguacero cruel de granadas de mano iluminaba todo el sector de Uad-Lau. La vida se va a fogonazos. Los cuerpos vuelan por los aires y caen, como fardos, para no volverse a levantar. Amputados deambulan intentando, penosamente, recuperar la orientación. No hay honor en esto. Las piedras sustituyen a los explosivos en una suerte de plaga Bíblica que, a base de violentísimos golpes secos, se llevan a los españoles. Desconcierto. Entre gritos, que más que de dolor parecen de pena, un soldado llama a su madre. El lamento cesa de un disparo. Los que pueden correr, corren. El resto, se arrastra. Un primitivo instinto de supervivencia les grita que huyan, les grita que vivan.
Cuando la posición parece irremediablemente perdida, una voz estruendosa, rotunda, se eleva por encima de las demás: “¡Al parapeto y a ellos!”. El griterío ininteligible cesa por un segundo. “Con una serenidad pasmosa y un desprecio a la vida incalculable” aparece la figura del Capitán Carbonell que, pistola en mano, avanza entre el caos. Sin desviar la mirada del enemigo, y sin parar de disparar, va levantando españoles del suelo, “¡arriba!”. Se mantiene imperturbable entre el silbido de las balas. Actúa como si controlara la enloquecida situación. La escena es esperpéntica. “¡Vamos!”, “¡a ellos!”. El Capitán acaba por contagiar su grotesca seguridad. Algunos que marchaban presa del pánico, vuelven. Otros buscan munición por los suelos, con las manos temblorosas. Carbonell recibe un disparo en el pecho que le hace retroceder varios metros, pero no cae al suelo. Esa bala rifeña acaba de obrar el milagro: los soldados de España recuperan súbitamente la moral. Ya no importa morir. O ellos o nosotros. Son leones. Y se lanzan al combate cuerpo a cuerpo. El desconcierto cambia de bando. Carbonell es de nuevo herido, esta vez en el brazo. Ha perdido su arma, ya sólo da órdenes. Se agarra la herida. Algunos de los suyos abandonan el combate para socorrerle. Los rechaza: “¡Adelante!”. Parece inmortal. Su abnegación ilumina a los suyos que, si están vivos, están combatiendo. Se ha contenido al enemigo. La lucha es salvaje, casi medieval. La pólvora deja paso al frío acero. Machetazos, y que el diablo reconozca a los suyos. Moros, Cristianos, alaridos, metales punzantes. Covadonga o Las Navas de Tolosa no debieron ser muy diferentes a esto.
“¡Viva España!”. Es el Capitán, pero esta vez su voz suena diferente, lánguida. Acaba de ser alcanzado por tercera vez, ahora en el estómago. Una herida abierta, mortal de necesidad. Él mismo “se contiene los intestinos”. Se niega a ser evacuado hasta que no se haya restablecido por completo la situación.
Amaina el combate. El suelo caliente de Marruecos no da abasto para absorber tanta sangre. Cuerpos humeantes, algunos aún gimientes, piden agua. A los pocos minutos ya sólo se oyen grillos. Las almas parten en silencio, hacia las estrellas.
Se ha defendido la posición, se ha rechazado al enemigo. La tierra africana se abrirá para abrazar los despojos de treinta y cinco españoles. Cien muertos pone el Rif.
Amanece. El héroe agoniza en un improvisado hospital de campaña. Pierde y recupera la consciencia en un estado de agradable duermevela. En su ya onírica realidad abraza y se despide de sus hijos Lorenzo y Pilar, de su esposa Pilar, de sus padres Rafael e Irene, de sus hermanos. La voz del Teniente Coronel Temprano le devuelve, bruscamente, al dolor de su cuerpo: “Eres un héroe”. Pero Carbonell ya no oye, sólo sonríe: “Me considero feliz si mi sacrificio ha sido útil a la Patria”. El Teniente Coronel le cierra suavemente los ojos. Ya es libre. Sobrevuela la verde y frondosa montaña alcoyana, su infancia y sus recuerdos.
Surca el cielo africano una estrella fugaz.

Sin una calle en su honor (Despiece 1)
El Capitán Lorenzo Carbonell Muntó fue ascendido a Comandante por el propio Alfonso XIII y le fue concedida, a título póstumo, la más alta condecoración militar, la Cruz Laureada de San Fernando. El juicio para su concesión se refiere a Carbonell como “el más brillante capitán de Regulares de Alhucemas”.
El aún Teniente Coronel Francisco Franco bautizó con su nombre las lomas de Yebel-Cobbú. También el callejero de su ciudad natal, Alcoy, honró durante algunos años al héroe que unió para siempre el nombre de Alcoy al de la exigua relación de laureados. En el año 1989, el Ayuntamiento, en manos del partidos socialista, cambió la denominación de la calle. Hoy no existe plaza, parque o monolito que honre su memoria.

La Cruz Laureada de San Fernando (Despiece 2)
Cruz Laureada de San Fernando
Instituida en 1911 por las Cortes de Cádiz para “honrar el valor heroico en servicio y beneficio de España”, se trata de la máxima condecoración militar que se puede obtener en España. El reglamento para otorgarla (sea con carácter individual o colectivo) está considerado el más estricto del mundo, pues, al contrario que otras condecoraciones extranjeras similares, se basa en un juicio contradictorio que otras órdenes no reconocen. Su artículo 13 señala que sólo puede concederse si esta probado el valor heroico y extraordinario en combate, entendido como tal la “virtud sublime que, con relevante esfuerzo de la voluntad, induce a acometer excepcionales acciones, hechos o servicios militares (…) con inminente riesgo de la propia vida y siempre en servicio de la Patria o de la paz y seguridad”.
El reglamento, que se actualiza regularmente, fue revisado por última vez en 2001. En el pasado era aún más estricto, pues condicionaba su concesión a producirse en estado de guerra y a que, caso de que la condecoración fuese colectiva, se produjeran más de un tercio de muertos en la acción.
En 2012 se otorgó la Laureada Colectiva -la primera desde 1943- al Regimiento de Alcántara, cuyos miembros se sacrificaron para cubrir la retirada de sus compañeros en Annual. La última Cruz Laureada individual se concedió en 1973 al capitán Jaime Galiano por el valor demostrado en el combate de Sitno, Rusia, en la Segunda Guerra Mundial, donde perdió la vida.
En total, desde su instauración a principios del siglo XIX, se han otorgado 1.709 Laureadas individuales y 150 colectivas.


Artículo publicado simultáneamente en "La Gaceta" (suplemento de historia "Ayer") y el diario local de Alcoy "El nostre periòdic" el día 17 de agosto de 2013.